¡Todo el saber hacer de France Tourisme, para redescubrir la magia de París al mejor precio!

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Visitar París

Un viaje (muy personal) por la historia, la cultura... y los rincones inesperados de París

París. ¿Por dónde empezar? Es de esos lugares que, aunque creas conocer por las fotos o por el cine, te descoloca (en el mejor sentido) cuando lo tienes delante. Visitarla no es solo “hacer turismo”; es meterse de lleno en una ciudad que respira historia, arte, contradicciones y, sí, mucho carácter.

Recuerdo que la primera vez que vi la Torre Eiffel, me dije: “vale, es enorme”. Pero fue al verla iluminarse por la noche —cuando no lo esperaba, la verdad— que entendí por qué todo el mundo se queda tan prendado. Es un cliché... y funciona.

Y luego están esos otros sitios que te sorprenden sin haberlos planeado. El Marais, por ejemplo. Un barrio que parece sacado de otra época, pero con tiendas modernas, galerías y rincones con encanto. Es de esos sitios donde acabas pasando más tiempo del que pensabas.

Obviamente están los grandes clásicos —Notre-Dame, el Arco del Triunfo, el Louvre— y sí, valen la pena. Aunque te advierto: el Louvre abruma. Es fácil perderse (literalmente), así que mejor ir con calma. Yo terminé pasando más tiempo en un pasillo de esculturas griegas que frente a la Mona Lisa… y no me arrepiento.

Moverse por la ciudad puede ser un poco caótico si uno no se organiza. Por eso, si puedo dar un consejo útil: reservar un traslado privado en París desde el principio puede ahorrarte dolores de cabeza. Te bajas del avión y listo, te llevan al hotel sin tener que pelear con mapas ni apps de transporte.

Después está ese momento casi mágico de caminar por la orilla del Sena. Libros viejos, gente paseando sin prisa, músicos improvisando, algún que otro beso robado... París en estado puro. Y si quieres ver todo eso desde el agua, los cruceros por el Sena o el Canal Saint-Martin son una pasada. Tranquilos, bonitos, diferentes.

Cada barrio tiene su rollo. Montmartre es como un poema desordenado: escaleras, artistas, terrazas pequeñas. Todo parece un poco improvisado, pero funciona. El Barrio Latino, en cambio, es más elegante, más clásico. Y Le Marais, como decía antes, es ese equilibrio raro entre lo antiguo y lo moderno que solo París sabe lograr.

Y claro, no podemos olvidarnos de la comida. París es para comérsela, literalmente. Desde una baguette recién hecha hasta platos gourmet con nombres impronunciables, todo tiene su encanto. A mí me encantan los mercados locales, como el de Enfants Rouges: puedes probar mil cosas, y siempre terminas descubriendo algo que no sabías que te gustaba.

La cultura, por supuesto, está en cada esquina. No todo es el Louvre. El Musée d'Orsay y el Centro Pompidou son joyas, cada uno a su manera. Y fuera de los museos, hay teatro, conciertos, exposiciones... París no se queda quieta.

Y cuando necesitas parar un poco, hay lugares como el Jardín de las Tullerías o el Parque de Buttes-Chaumont, donde puedes sentarte, respirar, mirar el cielo (y los patos), y simplemente estar. Porque París también se disfruta así, en silencio.

¿La verdad? Esta ciudad no busca gustarte. Se muestra como es: bella, imperfecta, a veces caótica, pero siempre auténtica. Y si la dejas, te atrapa.

¿Viajas en grupo?

No te compliques. Puedes alquilar un bus para grupos en París con France Tourisme y moverte por la ciudad sin agobios. Ideal si sois varios y queréis disfrutar sin pensar en la logística.

¿Llegas en avión? Evita el estrés desde el minuto uno con un traslado privado desde el aeropuerto. Cómodo, directo, sin perder el tiempo.

En fin... París no necesita presentación. Solo un poco de tiempo, buenos zapatos y muchas ganas de dejarte sorprender.