¡Todo el saber hacer de France Tourisme, para redescubrir la magia de París al mejor precio!
A ver... la Torre Eiffel es un clásico, ¿no? O sea, uno cree que ya la ha visto mil veces — en postales, en pelis, en camisetas incluso. Pero cuando estás ahí, justo debajo, mirando hacia arriba... uf. Da vértigo, pero también una especie de emoción rara. Yo fui al atardecer, y con las luces empezando a parpadear, la verdad, se me puso la piel de gallina. Sí, está llena de turistas, claro, pero eso no le quita ni un poquito de magia.
Notre-Dame... es otra cosa. No sé cómo explicarlo. No es solo una catedral, es como... un personaje más de París. Tiene algo solemne, como si te hablara sin decir nada. Entrar ahí es como entrar en otro tiempo. Y después del incendio, verla de nuevo — con andamios y todo — da una mezcla de tristeza y esperanza. Como si la ciudad estuviera diciendo: “Sí, dolió... pero seguimos aquí.”
El Arco impone. No tanto en fotos, pero cuando lo tienes delante, ¡madre mía! Y subirlo — sí, hay escaleras, muchas — vale cada escalón. Desde arriba ves París como si estuviera dibujada con regla, con todas esas avenidas saliendo en estrella. Me quedé ahí un rato, sin decir nada, solo mirando. Abajo, la llama del Soldado Desconocido... silenciosa, constante. Te hace pensar, aunque sea solo un segundo.
Montmartre es un pequeño universo. Calles empinadas, artistas callejeros, olor a crepes... Y allá arriba, el Sacré-Cœur, blanco, brillante, como salido de un cuento. Algunos dicen que es demasiado... ¿cómo se dice? ¿Cursi? Pero a mí me pareció hermoso. Me senté en las escaleras con una cerveza comprada en una tiendita, y ahí me quedé, viendo cómo el sol se escondía detrás de París. Fue uno de esos momentos que no se buscan... pero se quedan.