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A ver, los castillos del Loira… ¿cómo decirlo? Seguro que has visto fotos mil veces — que si el reflejo en el agua, que si los jardines de cuento. Pero cuando estás allí, de verdad, cambia todo.
Recuerdo mi primera vez en Chenonceau — ese que cruza el río como si flotara. Caminar por sus salas, imaginar los bailes, las historias... es como meterse en otra época. Tiene algo especial. Tal vez un poco recargado, vale, pero bonito de una forma muy suya.
Luego está Chambord. Madre mía. Es una locura. Gigante, imponente. Parece que Francisco I quería demostrar que podía construir lo más impresionante del mundo. Y lo logró. Eso sí, el famoso escalera de doble hélice... preciosa, pero me perdí dos veces. No me juzgues.
Y hay más. Amboise, Azay-le-Rideau, o esos castillos pequeñitos que no salen en las guías pero que te dejan con la boca abierta. Vas por las piedras, y te quedas por las sensaciones. Así tal cual.
Versalles... uff. Ya el nombre impone. Fui un miércoles cualquiera, fuera de temporada, y te juro que fue una de las mejores decisiones de ese viaje.
El palacio es una pasada — dorado por todas partes, espejos, techos pintados con dioses y escenas que medio recordaba del colegio. Puede ser un poco excesivo, pero al mismo tiempo, es parte de su encanto.
Los jardines... ay, los jardines. Todo tan simétrico, tan cuidado, que uno se queda embobado. Caminas entre setos perfectos, con fuentes por aquí y por allá, y de repente te olvidas del mundo. Incluso con grupos escolares gritando cerca — desaparecen.
Vale, no es un castillo como tal. Pero es imposible no mencionarlo. El Mont-Saint-Michel parece salido de una leyenda. Subiendo ahí, rodeado por el mar, es como si el tiempo se detuviera.
La primera vez que fui, llovía a cántaros. Iba empapado. Pero al subir esas escaleras, cruzar callejones estrechos, y sentir el viento... sentí algo raro. Como si todo lo moderno se quedara fuera del islote.
Y cuando llegas arriba, la vista te deja sin palabras. El horizonte, el silencio (si tienes suerte y hay poca gente), esa sensación de estar lejos de todo... No es el Loira ni es Versalles, pero tiene alma. Y eso no se puede explicar. Hay que vivirlo.