¡Todo el saber hacer de France Tourisme, para redescubrir la magia de París al mejor precio!
Montmartre… solo decirlo ya me trae a la mente esas escaleras infinitas, el viento suave allá arriba y esa basílica blanca que parece estar vigilando todo París. Sé que suena a postal, pero… es que es imposible no enamorarse.
La vista desde el frente del Sacré-Cœur es... wow. Para mí, una de las más bonitas de París. Todo el barrio tiene ese aire bohemio que no encuentras en ningún otro lado. Y cuando entras en la basílica, todo se calma. Se siente algo, aunque no sepas exactamente qué.
La Torre Eiffel… sí, ya sé, está en todas partes. En tazas, llaveros, camisetas... Pero te juro que la primera vez que subí me emocioné. Y no me lo esperaba.
Y de noche, cuando empieza a brillar… me sigue dando escalofríos. Puede parecer cursi, y quizá lo sea, pero es nuestra cursilería parisina y la quiero tal como es.
Versalles es impresionante. Pero lo que más me tocó no fue el palacio (que sí, es enorme y lleno de oro), sino los jardines. ¡Qué jardines! Todo está tan ordenado, tan simétrico, que parece que estás caminando dentro del sueño de alguien obsesionado con la perfección.
Paseando entre fuentes y esculturas, casi que esperaba ver aparecer a Luis XIV por alguna esquina. No apareció, claro, pero te sientes tan pequeño… en el buen sentido.
Esto es otro rollo. El Mont-Saint-Michel es como... de otro planeta. Es una isla, una abadía, un pueblito medieval... todo en uno. Y cambia con la marea, con la luz… nunca se ve igual dos veces.
Una vez me quedé hasta tarde, cuando ya no quedaba nadie. El silencio, el eco de mis pasos en las callecitas empedradas… fue mágico. Un lugar que te deja sin palabras.
Si te gusta la historia, el arte, los cuentos de hadas o simplemente ver cosas hermosas… el Valle del Loira es tu sitio. Chenonceau, Chambord, Amboise… cada castillo tiene su carácter. Algunos románticos, otros imponentes, todos con algo especial.
Recuerdo especialmente Chenonceau, ese que está construido sobre el río. Era como estar dentro de una pintura. Y luego Chambord… tan exagerado, tan grande, tan loco. Pero increíble.
Giverny es una burbuja fuera del tiempo. Llegas al pueblito, caminas un poco y todo se vuelve tranquilo. Están la casa de Monet, los nenúfares, ese puentecito japonés… y los colores. ¡Qué colores!
Y lo mejor es que no tiene nada de ostentoso. Es simple, natural, bonito. Salí de ahí queriendo plantar flores, yo que nunca he tenido ni una maceta...